¡Marhabaan! (¡Hola!, en árabe) fue lo primero que dijo Juli Balshehawi cuando llegamos a su departamento en la Villa Alemana. Con una gran sonrisa y ojos brillantes, esta niña de ocho años nos invitó a pasar al comedor, donde esperaban Roa y Nabil, su madre y su padre, y Basil, su hermana menor.
Junto a otros 62 refugiados, esta familia llegó a Chile desde el Líbano. Hasta ese país habían llegado escapando de su Alepo original, en Siria, y que fue destruida por las bombas de una guerra civil que lleva seis años azotando a su pueblo.
Gracias al Programa de Reasentamiento, los Balshehawi ya descubrieron, por ejemplo, la chorrillana y el mate, y durante los primeros tres meses no tienen que invertir un solo peso en vivir en Chile. El programa, financiado por el gobierno y la comunidad internacional a través de la Alto Comisionado de la ONU para Refugiados (Acnur), y coordinado por la Vicaría Pastoral Social Caritas, les permitirá tener apoyo durante los dos primeros años.
La primera impresión
Tal como le dijo a la Presidenta Michelle Bachelet hace 36 días, cuando arribaron después de un viaje de 24 horas, Roa cuenta que “cuando puse mi primer pie en esta tierra, sentí un descanso”.
Su esposo Nabil dice que “apenas llegamos, sentimos paz. Nos han recibido excelente, desde la Presidenta hasta nuestros vecinos, quienes han sido muy cariñosos”.
También confiesan que les dio susto ver perros vagabundos. “No estamos acostumbrados a ver tantos perros en las calles, pero de a poco se nos va quitando el miedo, por las niñas sobre todo”, explica Roa.
La vida en Villa Alemana
Respecto de la vida cotidiana, agradecen que el clima sea igual que en El Líbano y se declaran impresionados con el orden. “No siendo un país rico, las personas son educadas, hacen filas en los supermercados y se respetan unos a otros”, agrega Roa.
Alemana es más pausada, estoy acostumbrado a un ritmo más frénetico. Pero también agradezco despertar y que haya silencio. Mirar por la ventana y que hayan árboles. Si mis hijas se adaptan y ellas están tranquilas, entonces nosotros estaremos bien”, afirma Nabil, mientras abrazaba a la pequeña Basil, que tiene un año y da sus primeros pasos en tierra chilena.
Para Juli, definitivamente “lo mejor es poder comprar papas fritas en el supermercado. En Siria y el Líbano era un lujo”, cuenta la niña. Sin embargo, sus padres también reconocieron que los precios en Chile eran muy altos.
“Aún seguimos comiendo mayoritariamente nuestras comidas, aunque algunas cosas no las encontramos acá. Pero nos ha llamado mucho la atención el apio, porque es algo que en Siria no tenemos”, asegura Nabil, ex funcionario público en una fábrica de hilos en Siria. Él espera de aquí a enero encontrar trabajo, porque “cuando nos presentaron la idea de venirnos a Chile, nos explicaron que, como todo el mundo, hay que trabajar y esforzarse para salir adelante y tener una buena vida”.
Clases de español
Los Balshehawi van a clases de español todos los días, de cuatro a siete de la tarde, en Viña del Mar. Un bus los pasa a buscar y a dejar en la puerta del edificio en el que viven. Allí, aprovechan de conversar y ponerse al día con otras familias de refugiados que llegaron a la Región de Valparaíso.
Las clases, que durante los tres primeros meses son intensivas, son la única “responsabilidad”, por ahora. Sin embargo, desde marzo, Juli comenzará con sus clases de segundo básico en un colegio municipal de la comuna. “Me gusta estudiar y acá me siento cómoda. En el Líbano la vida era muy triste. Me robaban los cuadernos y los lápices. Acá las salas son más espaciosas”, cuenta Juli en el patio de su nueva casa. Luego estira la mano y “choca los cinco” para despedir a sus primeros entrevistadores chilenos.
Cómo evitar que fracase la adaptación
A poco más de un año de su llegada a Argentina en 2016, los refugiados sirios comenzaron a volver a su país. A pesar de que fueron bien recibidos, muchas familias no lograron adaptarse, por las barreras de idioma, por falta de trabajo o por abandono.
Para que una situación como esa no se dé en Chile, la jefa nacional de la Acnur, Delfina Lawso, afirmó que el programa, que es diferente en cada país, “dura dos años, en los cuales se espera que las familias vayan adquiriendo más autonomía”.
Luis Berríos, secretario ejecutivo de la Vicaría Pastoral Social Caritas del Arzobispado de Santiago, explicó que “durante los tres primeros meses ellos van a clases de español, porque manejar el lenguaje es primordial para que logran adaptarse. Además, nuestra apuesta es que logren vincularse con los servicios públicos básicos, como de salud. Los ayudamos a moverse por el barrio, a saber dónde está Carabineros, los llevamos a las ferias, que es algo que les gusta mucho”.
“A partir del tercer mes viene la etapa de intermediación laboral, donde nos aseguramos que al menos todos los jefes de familia ingresen a trabajar. Ahí los ayudamos a rearmar sus proyectos laborales a partir de sus habilidades y sus deseos”, agregó Berrios.
Fuente: Publimetro