Para sus alumnos, quienes en su mayoría son migrantes en situación de pobreza, la certeza de un futuro exitoso se ve tan lejano como la ciudad que ven a los pies de su campamento, pero esta comunidad educativa les muestra otra posible realidad.
Decir que la Escuelita Rebelde Chepuja es un proyecto educativo autogestionado es quedarse corto, más que un proyecto, es una comunidad educativa en donde prima el amor y la vocación pedagógica de sus colaboradores, quienes cumplen un rol primordial en la lucha contra la deserción escolar en jóvenes en situación de vulnerabilidad. Además, en una era llena de grandes estímulos se enfrentan a uno de los mayores desafíos de las escuelas: que niñas, niños y adolescentes encuentren el sentido de la educación.
Desde el Campamento Altamira se puede ver Antofagasta en todo su largo y ancho, tan cerca pero a la vez tan lejos para aquellos que no han siquiera visitado el museo de la ciudad. Una urbe del norte de Chile que se lleva el tercer lugar con mayor cantidad de hogares en campamentos a nivel nacional con 7.384 de éstos.
De acuerdo al Catastro Nacional de Campamentos 2022 del Ministerio de Vivienda y Urbanismo, el 36% de estas viviendas está constituido por migrantes, el 48% de las personas está bajo la línea de la pobreza y un 25% bajo la línea de la pobreza extrema.
Así es cómo a partir del estallido social, la pandemia y las ollas comunes nace el Club de Lectura Rebelde y posteriormente la Escuelita Rebelde Chepuja, un espacio que impulsa un proyecto educacional y de formación, que tiene como eje fundamental la literatura y se sustenta en la inclusión y en la cultura.
“Nuestro objetivo es que niñas, niños y adolescentes sean capaces de construir su proyecto de vida, sin que éste sea determinado por las normas de la oferta, la demanda y el libre consumo. Sino que ellos, en su proceso formativo sepan que hay otras jerarquías donde pueden ser altamente valorados”, declaró en conversación con Radio y Diario Universidad de Chile la coordinadora de la Escuelita Rebelde Chepuja, Marcela Mercado.
Esta iniciativa tuvo su gran puntapié mientras surgieron las ollas comunes en pandemia y comenzó la formación del Campamento Altamira, el cual reúne una cantidad importante de niñas, niños y adolescentes (NNA) que llegaron desde distintos países latinoamericanos, quienes a propósito de su asentamiento en el país no tenían ningún acercamiento al proceso educativo. Si bien, en ese entonces, algunos participaban de clases online como el resto de estudiantes a nivel nacional, el hecho de asistir a clases remotas en un contexto de precariedad y con falta de conectividad era casi utópico.
El apoyo comenzó con un punto de lectura mediado por las y los colaboradores de la Escuelita Rebelde. De esa manera, se percataron que muchos de los niños no estaban dentro del sistema educativo y quienes sí lo estaban tenían muchísimas dificultades con la conexión.
De acuerdo al profesor de historia de la Escuelita, Cristhian Campos, a medida que el espacio educativo comenzó a tomar forma el rol de los profesores fue determinante, especialmente a la hora de ordenar la manera en que trabajarían con estos niños que necesitaban urgentemente de apoyo.
Asimismo, detalló que trabajan en tres áreas fundamentales. La primera es el inicio del proceso de escolarización, que contempla desde los tres hasta los siete u ocho años. La segunda es el uso del aula multigrado, “una metodología que se usa mucho en las escuelas rurales” y que consiste en trabajar con niños de diferente edades -desde los ocho a doce años aproximádamente- sobre distintos temas, ya sea en materia de historia, inglés, lenguaje o matemática, mientras se varía el nivel de profundidad.
“Se genera un espacio de mucha comunicación. Los más pequeños van dándose cuenta de temas de niños más grandes, van poniendo atención y se van incorporando en actividades de incluso niños mayores”, explicó.
La tercera área tiene que ver con el reforzamiento escolar, que de acuerdo con Campos es la “matriz de la Escuelita”, porque constituye un trabajo mucho más personalizado con los NNA que ya están dentro del sistema escolar. En esta etapa los colaboradores apoyan al estudiante con aquellas tareas o asignaturas en las que tienen mayores dificultades, tanto los domingos -día en que opera la Escuela regularmente- y en la semana.
“Sobre todo con los más grandes es muy común que en la semana haya alguna llamada telefónica para saber cómo les fue o si tienen alguna duda de algo. Así vamos reforzando durante la semana”, expone Campos.
La lectura, la realidad y el amor de la Escuelita
La coordinadora de la Escuelita Rebelde Chepuja, Marcela Mercado, recalcó que la educación se les presenta a los estudiantes a través de la lectura, lo cual permite que la relación con los niños, niñas y adolescentes sea a través de un vínculo que valora la cultura y la literatura.
“La literatura hoy es un punto de fuga en términos sociales, en cambio nosotros la ponemos en el centro”, manifestó Mercado y mencionó que la metodología que emplean también se basa en la normatividad. “El niño tiene que cumplir horario y les damos una manito para que cumpla todas las normas del colegio, así como las pequeñas normas que tenemos, desde la colaboración de armar la Escuelita, tener todo limpio, dejar ordenadito”, agregó.
En un contexto bastante complejo para el sistema educativo chileno debido a los altos índices de deserción escolar, el ministro de Educación, Marco Antonio Ávila, se reunió con representantes de este proyecto a principios de mes, con el fin de conocer la experiencia del modelo de inclusión exitosa y prevención de la deserción escolar en niños y niñas en situación vulnerable.
La directora académica de la Escuelita Rebelde Chepuja, Karen Vergara Núñez, cuestionó que el currículum nacional posee objetivos de aprendizaje que no se proyecten para la vida cotidiana. “No todos van a usar algoritmos para su vida futura. Entonces eso genera una desmotivación que hace que los chiquillos deserten y prefieran salir a trabajar”, expuso en conversación con nuestro medio.
La también jefa de la Unidad Técnica Pedagógica del Colegio Inglés San José de Antofagasta reconoció que para muchos NNA que viven en situaciones vulnerables trabajar es primordial, para poder colaborar con la situación económica de sus familias.
“Nunca nos hemos olvidado cuando fueron de visita a la Universidad de Antofagasta y preguntaron: ‘¿Qué tengo que hacer para venir acá?’. Eso ya es algo ganado para nosotros, significa que sembramos una semillita y que ese niño o niña está mirando más allá. Quiere decir que nuestro trabajo está dando frutos y que él se acordará que estuvo en la universidad, que puede estar allá y puede ser más”, dijo.
Así, la coordinadora de la Escuelita destacó el vínculo que han creado las y los profesores con los estudiantes, al igual que el compromiso que han tenido en estos tres años de labor pedagógica voluntaria. De esa manera, tanto Vergara como Campos coinciden en que a través de iniciativas como esta niñas, niños y adolescentes pueden integrarse y ser un aporte a la sociedad en su realidad futura, junto con ser personas exitosas en lo que se propongan.
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