La organización autogestionada cuenta con más de tres mil integrantes, hijos que quieren saber su origen biológico repartidos por el mundo. Madres que quieren encontrar a sus hijos que les arrebataron al nacer o desde hogares de menores. Todos acusando delitos que van desde la apropiación al tráfico y secuestro de niños, por parte de intermediarios entre los que hay de todo: médicos, jueces, matronas, funcionarios del Sename y curas, entre otros. Los actos ocurrieron principal, pero no exclusivamente en dictadura. La justicia investiga, pero el tiempo se agota.
El frío sábado 9 de junio, en uno de los auditorios del Museo de la Memoria, unas cien personas, principalmente mujeres, se reunieron para tomar decisiones sobre los próximos pasos a seguir de la agrupación Hijos y Madres del Silencio. La organización ya cuenta con más de tres mil adherentes: hijos buscando sus orígenes biológicos, madres o familiares buscando a niños que les fueron arrebatados con engaños o abuso de poder.
El concepto de “adopciones irregulares” con que el problema fue motejado inicialmente les parece estrecho para la evidencia que han ido recopilando. Las dirigentes de la agrupación hablan hoy de apropiación, usurpación de identidad, tráfico y secuestro de niños, entre otros graves delitos, la mayoría ocurridos durante la dictadura militar, pero no exclusivamente. Hay patrones de conducta y actores que se repiten: médicos, jueces, matronas, asistentes sociales, funcionarios del Sename, monjas y curas, entre otros.
El juez Mario Carroza investiga los hechos y ya aceptó ampliar las fechas de investigación más allá de los límites de la dictadura chilena que rigió entre 1973 y 1990.
Pero la justicia tarda y la búsqueda es difícil, entre otras razones, por innumerables obstáculos legales. Por eso, junto con colaborar con la justicia, la organización promoverá un proyecto de ley que reconozca a todos los chilenos el derecho a conocer su identidad biológica y pedirán al Estado que se haga cargo de las pericias y exámenes que hoy consiguen apelando a la buena voluntad de las personas y los laboratorios interesados en ampliar sus bancos de ADN.
La organización comenzó a gestarse hace cuatro años, después de que Ciper Chile revelara adopciones ilegales gestionadas por el sacerdote Gerardo Joannon. Ester Herrera, periodista que trabajaba en el Ministerio de Obras Públicas, se quedó sentada en su escritorio por varias horas después de leer el artículo, pues se dio cuenta de que las dudas que tenía sobre su origen biológico no eran irracionales y, más aún, que podría haber otras personas en su misma situación. Luego se contactó con otra periodista quien en Europa buscaba su origen biológico y pronto ya eran unas ocho personas, compartiendo sus propias experiencias de búsqueda y consejos sobre los caminos a seguir y los obstáculos a superar.
Así han ido avanzando y sumando miembros, que tienen “peaks” de crecimiento cada vez que se revela algún caso de adopción irregular, como los publicados recientemente sobre adopciones fallidas en Italia. Actualmente, tienen representantes en todas las regiones del país y recientemente han incorporado a organizaciones de niños que salieron de Chile y que hoy buscan conocer su origen en Italia, España, Suecia, Estados Unidos, y aún en Perú y Ecuador, entre otros países. Incluso una delegación del gobierno Sueco las visitó, pues entre los dos mil niños que fueron adoptados por familias de ese país en los años de dictadura, son muchos son los que sospechan haber sido llevados en procesos ilegales.
En el camino, 93 personas han encontrado su origen biológico y han descubierto mentiras y no pocos abusos. Sin embargo, son más –como Ester Herrera- los que no tienen respuesta y siguen buscando sin mayor apoyo que el de otras víctimas, amigos y voluntarios.
Coco García: conocer tu historia secreta
La profesora de filosofía, María del Carmen García –a quien todos conocen como Coco- también sintió en 2014 que había piezas que no encajaban en su biografía. Ella supo a los 35 años que era adoptada, pero aun así había cosas que le llamaban la atención, como que en su casa no hubiera una carpeta con los documentos del proceso. Además, las respuestas que le daba su familia eran parcas. Sólo sabía que “una familia del sur” la había entregado en adopción y que había nacido el 21 de marzo de 1974.
Empezó a viajar a Santiago, desde Antofagasta donde vivía, y a reunirse con otros que como ella buscaban pistas sobre su origen. Un día fue al Registro Civil y pidió su “acta de nacimiento”, un documento mucho más completo y extenso que el certificado de nacimiento y “que pocas personas conocen”.
La primera rareza que halló es que en ese documento sus padres adoptivos aparecían como sus padres biológicos. Además, a ella le habían dicho que había nacido en una clínica en Santiago, pero en ese papel un médico certificaba su nacimiento en una casa. El certificado de parto que normalmente viene adjunto al acta, no estaba. “La información no cuadraba”, relata.
Más que decepción, dice, “curiosamente sentí que tenía algo, una herramienta para avanzar y evidenciar lo que estaba ocurriendo”.
“Vinieron conversas necesarias con mis padres adoptivos, pero no logré obtener más información. Entonces hice lo que estamos haciendo desde entonces en nuestra agrupación: llené una ficha con mis datos e hice pública mi búsqueda en Facebook y en redes sociales. Y di todas las entrevistas que me pidieron. En junio de ese año, mi mamá biológica me envió un email. Me costó bastante tiempo reunirme con ella. Me negaba aceptar que fuera su hija. La fecha de nacimiento y que venía del sur coincidía, pero no el lugar de nacimiento, pues ella me decía que tuvo su hija en el Hospital San Juan de Dios. Me mandó una foto y reconocí algunos rasgos míos en su retrato.
Fuente: The Clinic