En marzo del próximo año, será publicado el diario de vida de Francisca Márquez. Una estudiante del colegio Santa Úrsula, que fue testigo privilegiada de la polarización política del país, y del golpe del ´73. Dibujos infantiles, recortes de revistas y envoltorios de golosinas son parte de su contenido. “No es un texto para interpretarla a ella, sino a la época. Su diario nos permite reconstruir la infancia en el Chile de principios de los ´70”, adelanta la editora del libro.
Era una fría mañana de octubre cuando Francisca observaba un pequeño barco ubicado bajo la pizarra de la sala de clases. Era de madera, y en el fondo estaba lleno de argollas y collares. Casi todos los apoderados de su sexto básico habían donado sus joyas, excepto sus padres.
Poco después, la pequeña embarcación, junto con docenas de otras iguales, provenientes de todos los cursos, convergieron en un acto en la capilla del colegio de las ursulinas. Francisca aún recuerda ver llegar en su motocicleta, con casco y uniforme militar, al capellán del colegio: el obispo castrense Joaquín Matte. “El cura me producía terror, era un personaje siniestro”, recuerda hoy.
El capellán Matte reunió complacido en el altar todas las joyas de las familias Errázuriz, Hunneus y Riesco, entre otras. El simbolismo era muy importante, llegaron en un barco igual que en la leyenda de Santa Úrsula, recalca el cura en su prédica. Después, el acólito de Pinochet arenga que esa donación será usada sabiamente en el proceso de reconstrucción nacional (en realidad muchas de ellas terminaron siendo usadas por las mujeres de los generales). Y destaca las virtudes de la junta militar, que liberó al país hace apenas un mes del cáncer marxista. Esa misma noche, la joven escritora consignará todo lo que vio en su diario.
De Papelucho a Ana Frank
Fueron dos hitos en la vida de Francisca Márquez (55) los que detonaron su gusto por la escritura. El primero, fue que le extrajeron un riñón cuando tenía ocho años, razón por la cual pasó buena parte de su infancia en hospitales. El segundo, fue cuando su padre le regaló Papelucho en la clínica, y un diario de vida. “Este me lo regalaron por haber sido valiente cuando me sacaron los puntos”, fue lo primero que anotó. Pasar tanto tiempo postrada, la llevó a observar y escribir todo lo que la rodeaba.
Criada en el seno de una familia de arquitectos, su padre emigró a Santiago desde Valparaíso, junto con otros colegas que matricularon a sus hijas en el colegio Santa Úrsula. Empleado público y cercano a la Democracia Cristiana, el profesional buscó darle a sus cuatro hijas (de las cuales Francisca era la mayor) una educación de calidad. “Nosotros vivíamos en Nuñoa, éramos más bien una familia clase media. Razón por la cual nunca me sentí parte de ese grupo de elite del colegio. Había una brecha muy importante, y eso se manifiesta en los diarios”, afirma la ex ursulina.
Su hobby no hizo más que aumentar con el tiempo, y Francisca comenzó a escribir en su diario prácticamente todos los días. Para 1973, ya iba en su sexto cuaderno. Calcomanías, dibujos, cuentos, un mechón de pelo de su mamá y letras de canciones de Jeanette, se intercalaban con sus anotaciones diarias. Además de sus lecturas. En agosto del mismo año, la preadolescente comenzó a leer el que se convertiría en uno de sus libros favoritos: El diario de Ana Frank.
Lectura que dejó huellas en su estilo de escritura. “A lo mejor algún día voy a ser una escritora, y esto se va a publicar”, anota entre sus páginas. A partir de allí, bautizó al diario como Paula. El nombre de su mejor amiga. “Con la Paula peleamos muchas veces y nos dejábamos de hablar. Creo que ponerle su nombre al diario era una forma de mantener el contacto con ella”, medita actualmente.
Al ser una niña muy tímida, Francisca siempre pensó que se expresaba mejor por escrito que hablando. Lo que la llevó a escribir una carta de amor al chico que le gustaba, cuya copia también es posible encontrar en este diario. “Esa carta fue para mí un acto de gran valentía. La fui a dejar a la puerta de su casa, él no me conocía y yo ni sabía cómo se llamaba. En la carta me presentaba, me acuerdo que me subí la edad a 13 años. Esa fue mi primera carta de amor, fue un secreto que guardé mucho tiempo”.
Aunque pasaba frente su casa siempre que la mandaban a comprar pan, nunca pudo dirigirle la palabra en persona. “Mi fantasía era que hubiese ocurrido algo de lo que le había ocurrido a Ana Frank. Que nos bombardearan, y tuviéramos que entrar a un subterráneo, y que ahí lo iba a conocer, ¿te acuerdas de Peter? el amor de Ana Frank”, cuenta hoy Francisca.
Sus diarios de vida también dieron cuenta de la polarización política que se estaba gestando en el país. El tercer cuaderno, por ejemplo, describe el caso de la Claudia, una compañera de curso, cuyo padre era joyero y había hecho números de plástico con ocasión de las elecciones de 1970. El número 1, de color azul, representaba al ex presidente y candidato de la derecha Arturo Alessandri Rodríguez. El 2, de color blanco, al candidato de la DC Radomiro Tomic. Y el 3, rojo, a Salvador Allende. Para la fiesta de cumpleaños de Claudia, su padre regaló números con un alfiler, a modo de insignias. Le dio a elegir a cada uno de los invitados, pero sólo entre el 1 y el 2. “La Paula pidió el número 3, y el papá de la Claudia la miró con cara de ‘¿qué es eso?’… era casi como ser del ‘Sí’ y del ‘No’ en el ´88”.
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