Los recientes hechos noticiosos derivados del caso de Ernesto Lejderman, el hijo de ejecutados políticos que en 1973, alos dos años de edad, presenció la muerte de sus padres y luego fue entregado por el entonces teniente Juan Emilio Cheyre a un convento, ha despertado preguntas. ¿Hubo más niños víctimas directas o indirectas de violencia política en esos años? ¿Qué pasó con ellos? La Comisión Valech acreditó que 2.200 menores sufrieron prisión o tortura durante la dictadura. Tres de esos niños, que hoy son adultos, hablan por primera vez en la prensa sobre las secuelas de esa vivencia.
Debajo de su escritorio en su departamento en Ñuñoa, la documentalista Macarena Aguiló (42) tiene un pequeño baúl de madera, un baúl que le pertenece desde que era niña y que alguna vez sirvió para guardar sus juguetes. Hoy, en cambio, contiene recuerdos de la infancia: cartas, algunos cassettes, fotografías en blanco y negro donde aparece celebrando su tercer cumpleaños, y otras, junto a sus padres Margarita Marchi y Hernán Aguiló, ambos militantes del MIR. “Son tesoros emotivos, queridos”, dice.
Macarena Aguiló actualmente trabaja en un documental biográfico sobre su secuestro. En 1975 cuando fue detenida e interrogada por agentes de la DINA: querían saber dónde se escondía su padre, Hernán Aguiló, jefe militar del MIR. Ella nada sabía. Tenía 3 años de edad.
Hasta 2010, cuando Macarena estrenó El edificio de los chilenos, –el documental que cuenta la vida de los niños, como ella, que quedaron a cargo de tutores sociales en Cuba, a fines de los 70, mientras sus padres volvían a Chile a pelear contra Pinochet–, abrió numerosas veces ese baúl. Ahora necesita tenerlo cerca nuevamente, porque está trabajando en un nuevo documental biográfico sobre el secuestro y detención que vivió en 1975, cuando tenía 3 años, a manos de agentes dela DINA.“Es doloroso mirar ese episodio de mi infancia, pero necesario. Tengo 42 años y mi niñez sigue inspirando tantas preguntas que aún no tienen respuesta. Necesito saber quiénes son los responsables de lo que me pasó. Que se haga justicia”, dice.
En febrero de 1975 ella estaba en El Tambo, en San Vicente de Tagua Tagua, en casa de unos tíos –pues su madre estaba detenida– cuandola DINAirrumpió violentamente: querían saber sobre su padre, Hernán Aguiló, jefe militar del MIR y clandestino desde el Golpe. Como su tío no colaboró se lo llevaron detenido. Y tomaron al resto de los integrantes de la casa como rehenes en su propio domicilio: Macarena, su tía embarazada y su primo de dos años, convivieron durante tres semanas con los militares en condiciones que ella no logra recordar con nitidez, pero sí con sensaciones físicas: cada vez que intenta evocar ese recuerdo, le sobreviene un intenso dolor de estómago. “Lo que sí me acuerdo es que me pegué fuertemente en la cabeza y tuve un tec cerrado. Fui trasladada por estos hombres hasta el consultorio donde me asistieron”, dice.
“Son pocos los recuerdos, pero son fuertes. Me veo cayendo de una litera y llorando en el suelo. Siendo obligada a comer y a hacer pipí en una letrina. O en un patio, deseando saltar la pandereta. ¿Qué otras cosas viví que no soy capaz de recordar? Eso me pertuRba”, dice la documentalista Macarena Aguiló, que estuvo detenida cuando tenía 3 años.
Luego de esas tres semanas en que convivieron con miembros dela DINA, los militares trasladaron a Macarena y a su tía a Villa Grimaldi. Allí la interrogaron a cambio de dulces. Querían que les dijera dónde estaba su padre. Pero ella, que era una niña, no sabía nada. Ese mismo día la llevaron a la casa de su nana, Elsa, en el paradero 1 de Vicuña Mackenna. Elsa era su regazo vital. “En esa casa se instalaron otra vez, hasta que armaron un operativo para sacarme de ahí. Recuerdo vagamente que dos hombres y una mujer me metieron a un auto. Fue a fines de marzo de 1975. Luego desaparecí por 21 días”, cuenta Macarena.
No recuerda si le taparon la vista. Pero tiene la sensación de haber ido completamente a oscuras hasta el hogar Nº 1 de menores de Carabineros, que estaba ubicado en Manuel Montt con Irarrázaval. Tiene flashes, fragmentos que ha tenido que ir dilucidando con largos trabajos terapéuticos que le ayudaron a ligar esas imágenes con la angustia, el desamparo y el miedo, sensaciones que desde muy joven la asaltan de improviso.
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