Cuando estaban creciendo, la policía invadió sus comunidades y desde entonces está instalada allí, con tanquetas y zorrillos. Cuentan que lo peor es el miedo, que los niños tiritan cada vez que pasa un helicóptero o un dron inspeccionando sus escuelas, ceremonias o comunidades. Dicen, a menudo, que lo que viven es como estar en guerra. A Denise no le gusta la idea de hablar de su comunidad. Con 10 años, no quiere meterse en problemas y prefiere “pasar piola”. “Lo único que voy a decir es que me dan miedo los helicópteros, hacen ruido y molestan. Pero nos advierten antes de que pase algo malo, porque siempre aparecen antes de que lleguen los pacos”, relata.
“Yo participé del proceso de recuperación de mi comunidad, así que me empezaron a perseguir los carabineros, me seguían en auto de vuelta de la escuela. Tenía 15 años y jamás estuve involucrada en nada. Al revés, apoyé a mi gente en los trabajos en la agricultura, intentábamos organizarnos por la falta de agua, los problemas de acceso a mi escuela, la falta de comida”, dice Rayén Pailaya (19), desde una remota casa en la conflictiva comuna de Tirúa, en la costa de Arauco, donde se han producido varios de los atentados más violentos en la llamada “Macrozona Sur”.
Rayén vive en un precario asentamiento ubicado en Tirúa, provincia de Arauco, Región del Biobío. En Tirúa, casi el 70 por ciento de los habitantes es mapuche. “Una podría pensar que por ser mapuche la van a apoyar en el liceo, pero en mi caso no fue así. Al contrario, mis compañeros, que también son mapuche, se alejaron de mí, porque sabían que estaba en la lista negra. Igual, una entiende, imagínate cómo se siente que de la nada empiezan a aparecer drones o helicópteros arriba de tu casa o cucas te siguen después de la escuela”.
-¿Qué hiciste?
-Terminé saliéndome de la escuela, quedé sin ir al colegio, a mi familia le daba susto que estuviera lejos. Así que empecé a trabajar en mi casa, no me quedó otra.
La inasistencia escolar en el territorio aumentó en 8,6% entre 2017 y 2020, produciendo una desescolarización importante en el grupo de niños, niñas y jóvenes mapuche, como Rayén. Ella recuerda:
-Había chicos que me dejaron de hablar por pertenecer a una recuperación, lo veían mal, mis profes lo veían mal. No me creyeron cuando les dije que me seguían los pacos. Recuerdo que una patrulla me seguía desde mi casa hasta la escuela y de la escuela a mi casa. Una vez los encaré y me dijeron: “Cuidadito, que estamos buscando a una niñita igual a ti”.
Nadie sabe a ciencia cierta cuántos jóvenes, niños o niñas arrinconados por la precariedad, la discriminación y la necesidad de generar recursos, se han sumado a los excluidos en estos últimos años en pandemia. Durante 2020, por ejemplo, según cifras del Ministerio de Educación, 40 mil niños dejaron la escuela a nivel nacional. Ahora se está a la espera de que el Mineduc dé a conocer cifras frescas.
Finalmente, Rayén se fue a vivir a Cañete. “Era una niña y tuve que dejar mi tierra”, dice. ¿Lo más grave? No terminó el colegio.
Para Liliana Cortés, directora de Fundación Súmate de Hogar de Cristo, que tiene una escuela de reinserción educativa, Nuevo Futuro, en la Región de Biobío, en pleno centro de Concepción, “esta realidad indigna. Da impotencia la cantidad de talento que se pierde cuando piensas en los casi 6 mil niños y jóvenes que están excluidos de la educación en el Biobío porque no existe más que una escuela de reingreso, la nuestra, que no alcanza para acoger a esos potenciales alumnos. Biobío es la tercera región del país con mayor exclusión escolar, lo que solo es garantía de perpetuar la pobreza”, señala.
Chaw Ngenechen ya no habita a las personas
Verónica, de 14 años, soñó que el Dios Chaw Ngenechen le decía que sería machi. A partir de entonces tuvo que cambiar los jeans por un atuendo mapuche y levantarse todos los días a las cinco de la mañana para rezar mirando el cielo. Esto es solo el comienzo de toda la preparación que debe seguir una niña que ha sido elegida para convertirse en autoridad religiosa del pueblo mapuche.
El problema se produjo cuando el liceo C-90 Trapaqueante, el único que imparte enseñanza media en Tirúa, no dejó que ella fuera con su küpan –una manta negra con bordes de terciopelo negro–. “Ella recién había terminado la enseñanza básica y quería seguir sus estudios. Pero al poco tiempo del proceso, los profesores querían dejarla repitiendo, porque no entendían que ella estaba viviendo algo muy fuerte y espiritual para nuestra cultura. Fue bien triste, nosotros necesitábamos que la apoyaran, pero la educación occidental es así, discrimina lo distinto”, asegura la madre de Verónica, Rosa Mamani (39).
Rosa vende verduras y trabaja la tierra. Su esposo, Domingo, no tiene trabajo fijo, solo “pololos” en construcción, que salen de vez en cuando. En media hectárea siembran papas para el consumo familiar.
Para el pueblo mapuche los designios de Chaw Ngenechen son claros: si una mujer (u hombre) es elegida para ser machi, debe cumplir su misión, si no, enfermará o morirá. “Hoy mi hija no está yendo a la escuela, la expulsaron del liceo por inasistencia, pero nosotros estamos orgullosos del camino que ella está siguiendo. Pocos saben, pero cada día son menos las elegidas para ser machi, con la tala de árboles, el despilfarro de la tierra, Chaw Ngenechen no habita a nuevas personas”, finaliza Rosa, quien tiene apellido de origen aymara.
Desde ese momento, Verónica pasó a formar parte de los 182 mil niños y jóvenes de entre 6 y 21 años que están excluidos del sistema escolar en Chile, sin asistir a clases, impedidos de completar sus 12 años de escolaridad obligatoria.
Según el educador comunitario de la Oficina de Protección de Derechos de Niños, Niñas y Adolescentes de Tirúa, Aníbal Pincheira (35), la exclusión educativa de jóvenes mapuche no es un tema nuevo. “La mayoría de ellos llega a octavo o se va de la comuna. Hay que pensar que acá los jóvenes mapuche viven en riesgo, ya sea por el acoso de los policías, los enfrentamientos, los cierres de caminos o la falta de comprensión de su cultura. Es difícil para ellos concluir sus estudios. Al final suceden dos escenarios: o los abandonan para siempre o migran o deben migrar y no vivir con sus familias”.
Jugar al paco y al mapuche
A nivel nacional, el 5,9% de los niños, niñas y adolescentes se encuentran en pobreza extrema. Este porcentaje aumenta a un 10,1% al considerar a los niños de origen mapuche en La Araucanía. Esa región es una de las que tiene mayor prevalencia de niños, niñas y jóvenes excluidos de la educación. Son casi 4 mil en total, en su mayoría mapuche.
La fundadora y vocera de la Red por la Defensa de la Infancia Mapuche, Onésima Lienqueo, señala: “Hoy los niños y niñas representan sus vivencias a través del juego. Tienen juegos como ‘el paco y el mapuche’, en que juegan a la recuperación o al weichan, que es como la lucha del territorio rebelde”.
Durante los últimos cinco años, el Instituto Nacional de Derechos Humanos (INDH) ha desarrollado 65 acciones judiciales a lo largo de Chile, que involucran a niños, niñas y adolescentes mapuche: la mitad de ellas se desarrolló en la Región de La Araucanía y 15 en la del Biobío. Entre ambos territorios se concentra más del 80% de los casos, que corresponden a torturas, homicidios y lesiones graves.
A Denise no le gusta la idea de hablar de su comunidad. Con 10 años, no quiere meterse en problemas y prefiere pasar piola. “Lo único que voy a decir es que me dan miedo los helicópteros, hacen ruido y molestan. Pero nos advierten antes de que pase algo malo, porque siempre aparecen antes de que lleguen los pacos”, relata.
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